Con orgullo, practican
un deporte
legendario
Sábado 24 de noviembre de 2012
Adrián Roa / Clínica de periodismo | El
Universal
Hubo
una época, nadie, nadie lo recuerda, en que el juego de pelota mixteca se
extinguió del Distrito Federal. En ese entonces, Justino Pérez Miguel recolectó
lo que quedaba del deporte prehispánico, como guantes que se utilizaban para
pegarle al esférico. Llenó su carretilla de aquellos artefactos hechos a base
de cuero y los repartió entre la comunidad de Tlalmille en la delegación
Tlalpan. Desde entonces, Justino fue llamado El Pariente, quien junto con Pedro
Aparicio y Pablo Garzón fundaron lo que hoy se conoce como Deportivo Ecológico
Mixteco. El Pariente falleció el 22 de julio de 2003, pero su memoria perdura
en el corazón de sus compañeros de campo, quienes cada fin de semana se reúnen
en la cancha de San Andrés Totoltepec para “cascarear”; dicho pasa juego o
patio (nombres que reciben los espacios de práctica y competencia) forma parte
de los cinco que existen actualmente entre el Estado de México y el Distrito
Federal. Desde hace 24 años, Pedro Aparicio Cerón funge como encargado de mantenimiento
del pasa juego de San Andrés. Como Coime, es el
primero
en llegar al campo. Barre, pinta y prepara la cancha. Al igual que Coime,
cuenta con la responsabilidad de dictar partida en las discusiones y
controversias que se presentan durante el encuentro. En otras palabras, Aparicio
es la máxima autoridad del campo, el juez de patio. “Pertenezco al municipio de
Sola de Vega, Oaxaca.
Llegué
a la capital en 1975. Antes jugaba en Zapotitlán del Río desde los 15 años. Aquí
en Tlalmille hubo un reacomodo y me junté con otros dos señores que también
jugaban (El Pariente y Pablo Garzón). Las autoridades nos dieron permiso de
trabajar el campo y jugar”.
El
pasado 7 de octubre, el pasa juego de San Andrés cumplió 22 años de haber visto
botar por primera vez la pelota de hule. “La pelota es muy peligrosa, pesa
alrededor de 900 gramos y bota como jija de su madre, por eso pedimos la
protección de la malla”, confiesa el jugador Faustino Lozano. “Las pelotas
cuestan 400 pesos y perderla nos sale caro. Por eso pedimos el enmallado pa’
que cuando lleguen los pelotazos se regrese la pelota”, dice otro jugador de
nombre Fabián Hernández. Coime añade: “desde que se inauguró el campo
pedimos
a las autoridades que se nos enmalle. No nos hacen caso porque dicen que es
zona ecológica pero no la afectamos en nada”. A los festejos se unió la
delegada M aricela Contreras. “Nos dan puros aviones. Nosotros le explicamos
que ahorita Tlalpan se está dando el lujo de contar con un juego prehispánico.
No queremos que nos pase lo de Balbuena, donde no supieron aprovechar”, agrega
Hernández.
La demolición de los llanos de Balbuena
Los
llanos de Balbuena fueron acondicionados por los primeros jugadores
provenientes de los estados de Guerrero, Michoacán y Oaxaca a finales de los años
30. Dicho pasa juego se convirtió poco a poco en un lugar de reunión para
quienes llegaban del pueblo en los 50, 60 y 70.
En el
dictamen cultural Los juegos de pelota de origen prehispánico en la ciudad de México,
la antropóloga Teresa Mora explica la importancia del lugar: “el pasa juego de
Balbuena es uno de los espacios tradicionales ubicado en el perímetro B del
Centro Histórico, donde a través de la convivencia intercultural se reproducen exponentes
del patrimonio cultural vivo: términos, dichos, expresiones lingüísticas
regionales, gastronomía, música, juegos de pelota y sentido comunitario”.
El 28
de octubre de 2008, se emitió la declaratoria de Patrimonio Cultural Intangible
de los juegos de pelota de origen prehispánico por parte del Gobierno del
Distrito Federal (GDF). Sin embargo, casi un año después, el 9 de julio de
2009, el llano de Balbuena fue demolido a pesar de los más de 50 años de
historia. En su lugar se construyó un centro de control de la Secretaría de
Seguridad Pública del Distrito Federal. El único vestigio que se conserva de
aquella cancha es la placa que develó el ex presidente José López Portillo en
el 25 aniversario del pasa juego donde, además, se practicaba el deporte en sus
diferentes ramas: la Pelota Mixteca de hule, de forro, del valle o la pelota
Tarasca; se diferencian por el material de la pelota y el artefacto con lo que
se juegue (mano, guante, venda o tabla).
¡Fierro!
Niños
corren entre gente, árboles y tierra. El sol ilumina el terreno donde 10
jugadores disputan la primera cascarita del pasa juego de San Andrés. “El
futbol yo lo veo como negocio. Ellos cobran por jugar y nosotros al contrario:
pagamos. Pasamos una gorra y cooperamos de a 20, de a 40 o de a 50; así
juntamos para comprar un camión de graba. En temporada de lluvia con tal de
jugar echamos arena, emparejamos. Esto es amor al deporte”, dice Hernández,
quien está sentado en una piedra al borde de la cancha. La sombra del árbol lo acompaña
porque está “roto del brazo”. “Muchos jugadores fallecen, personas que han
emigrado a Estados Unidos. Ahí hay mucha gente que juega pelota mixteca. En
Oaxaca, el dominguito a las 11 mañana está llena la cancha. Aquí no,
lamentablemente”.
Para
jugar la pelota mixteca se necesita de un guante, una pelota de hule y, según
el señor Hernández, “muchos huevos”. El objetivo es pasar la pelota a
territorio enemigo sin que salga del campo y sin que conteste el rival, como en
el tenis pero sin red. En lugar de raqueta se utiliza el guante, los cuales
llegan a pesar cuatro, cinco y hasta seis kilos. Otra diferencia con el deporte
blanco es la cancha. Ésta tiene que medir de 100 a 120 metros de largo por 11
de ancho. “Todo es cuestión de irlo practicando. Algunos gritan de lo que le
pegan, pero la ponen hasta allá, como El Zacainelito, que grita ‘¡chinga tu
madre!’ o Víctor, que grita ‘¡Fierro!’”.
Hernández
es un apasionado al deporte, tal vez por eso acompaña cada uno de sus
comentarios con gesticulaciones, palabras altisonantes o ademanes. Para dar
inicio al partido, se utiliza una piedra plana llamada “piedra de saque”. Ahí
los jugadores se apoyan para dar el primer movimiento. “El saque es el 90% de
la jugada.
Si el
que saca lo hace mal, los chinga a todos y se desgasta a lo güey. Todo es
cuestión de colocar y controlar los tiempos de la pelota”.
Ahuilcalli o casa del juego
La
antigüedad de la pelota mixteca es difícil de precisar. Sin embargo, el sociólogo
por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM ) y jugador Cornelio Pérez
Ricárdez asegura que hay varios indicios que aportan una idea de su edad y su
historia. “Primero, los jugadores de pelota esculpidos en la zona arqueológica zapoteca
de Dainzú (500-350 a.C.), donde se observa la práctica de un juego de pelota a
mano. Segundo, por tradición oral nos enteramos que antes se jugaba sin guante
y en prácticamente en todas las poblaciones de Valles Centrales, de la Mixteca
y de la Costa, y partes de la Cañada y de la Sierra de Juárez. También nos enteramos
que en la ciudad de Oaxaca llegó a haber alrededor de 17 pasa juegos, lugares
importantísimos de reunión, esparcimiento y de preservación de las tradiciones
oaxaqueñas auténticas”.
Después
de acabar con la tradición e historia que representaban los llanos de Balbuena,
el Gobierno del Distrito Federal (GDF) propuso reubicar el deporte autóctono.
Ahuilcalli o la casa del juego es el nombre del nuevo centro deportivo, ubicado
en avenida Boulevard Aeropuerto. El inconveniente es que el pasa juego no cumple
con las características necesarias para ser practicado. Cornelio Pérez explica:
“el largo no es el adecuado, hay cascajo y piedras sobre el terreno. Además, la
forma en que está orientada la cancha tampoco es la adecuada, ya que nos pega
el sol en los ojos y perdemos la pelota de vista, lo que puede ser peligroso.
Existe
toda una manera de construir las canchas, no es capricho. Todo se origina
porque no nos quieren escuchar. No hay respeto por esta práctica cultural”.
El
chacero (árbitro) determina el final de la cascarita, momento en que los
jugadores pasan a degustar la tradicional comida oaxaqueña, esta vez fueron Tlayudas.
El sol bajó su intensidad, por suerte, las pelotas no se perdieron entre la
maleza. “Este campo está en una condición muy buena, no tiene dueño, pero por antigüedad
nos lo pueden reconocer. Muchos tienen que trabajar y por eso ya no viene, hay
razones pero nosotros estamos aquí cada ocho días”, manteniendo la tradición.
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